Historia

La Real Maestranza de Caballería de La Habana

Caballería de los Reales Ejércitos

Las Reales Maestranzas de Caballería surgieron en varias ciudades andaluzas y levantinas durante el reinado de Don Carlos II, como corporaciones caballerescas privadas, de orientación deportiva. La Corona las amparó porque a través de ella se mejoraba la cría caballar, y se formaban futuros oficiales de Caballería de los Reales Ejércitos. La primera fue la de Sevilla, en 1670, y después le siguieron las de Granada (1686), Valencia (1690), Lora del Río (1691), y Ronda (1707). En una segunda etapa, promovida por la Junta de Caballería del Reino a partir de 1725-1732, fungieron también las de Carmona (1728), Antequera (1728), Utrera (1731), Jerez de la Frontera (1738), y Palma de Mallorca (1758). Otras varias -Jaén, México, Córdoba-, se frustraron antes de nacer.

 Las Reales Maestranzas de Caballería han sido instituciones diferenciadas en los distintos momentos -cuatro al menos- de su ya larga evolución histórica: en un primer periodo (1670-1725) fueron como decimos corporaciones deportivas locales de índole privada, dedicadas a la práctica de ejercicios ecuestres; en un segundo periodo (1725-1833), corporaciones oficiales puestas bajo la autoridad regia y dotadas de fuero y jurisdicción militar, dedicadas al fomento de la cría caballar como reserva de la Caballería; en un tercer periodo (1833-1931), fueron corporaciones nobiliarias de carácter oficial; y en un cuarto y último periodo (desde 1931 a la actualidad), conservan ese carácter de corporaciones nobiliarias con reconocimiento de la Corona y del Estado.

La Real Maestranza de Caballería de La Habana fue la primera que se estableció en una capital ultramarina, y a su historia han dedicado su atención varios autores, en especial José Manuel de Ximeno y el Marqués de la Floresta(1), a quienes seguiremos.

Don Laureano de Torres Ayala y Quadros

 

Esta Maestranza habanera se fundó en 1709, por inspiración del maestre de campo don Laureano de Torres Ayala y Quadros (1649-1725), caballero de la Orden de Santiago, quien volvió a La Habana en enero de 1708 después de haber sido allí, años atrás, sargento mayor de la plaza, donde casó con ilustre hija del país. Este general, por cierto, nacido en Sevilla en 1649, nombrado ahora gobernador y capitán general de la isla, fue Marqués de Casa Torres desde diciembre de aquel mismo año de 1708.

El proyecto nacía tras un periodo de turbulencias causado por la guerra de Sucesión peninsular y las amenazas de invasión inglesa -recordemos que los británicos eran aliados del Archiduque-, agravadas por la muerte del capitán general, y la subsiguiente rivalidad militar entre el castellano del Morro y el sargento mayor. Este asunto alcanzó tal gravedad, que hasta le costó el cargo al propio gobernador Marqués de Casa Torres, que fue destituido en febrero de 1711, y sólo tras quedar libre de cargos fue repuesto dos años más tarde, en febrero de 1713, sirviendo el cargo ya hasta finales del mes de mayo de 1716(2).

La iniciativa partió de un grupo de nueve regidores habaneros que, además, eran casi todos capitanes de sus Milicias, dueños de las armas y caballos pertinentes, y ciertamente de linajes muy ilustres allá y en la Península: el capitán don Lorenzo Prado y Carvajal, capitán de Milicias y sargento mayor de la plaza de La Habana; don Lope de Hoces y Córdoba, capitán de Infantería Española; don Esteban de Berroa y Ugarte; don José de Bayona Chacón; don Miguel de Coca y Aguilar; don Mateo de Cárdenas y Guevara; don Francisco González de Carvajal; don Félix Chacón y Castellón; y don Martín Recio de Oquendo.

Libro de Acuerdos del Cabildo municipal de La Habana

La Maestranza habanera adoptó ya el 16 de noviembre de 1709 las ordenanzas de la de Sevilla, cuyo modelo seguía fielmente, aunque se introdujeron en trece artículos suplementarios algunas peculiaridades, para adaptarlas a la vida y costumbres locales -como consta del Libro de Acuerdos del Cabildo municipal de La Habana de dicha fecha-. Así, el patronato celestial quedó encomendado a la Inmaculada Concepción; se exigió la más ilustre nobleza para pertenecer a ella, con el requisito añadido de la notoriedad distinguida; se fijó el número de maestrantes en treinta, aunque permitiendo el ingreso de otros aspirantes, siempre que abonasen quinientos pesos en concepto de cuota de ingreso. La sede se estableció en el convento de San Francisco, en cuya capilla celebraba sus actos la Cofradía de la Concepción el día de su festividad (tal y como lo hacían los maestrantes de Sevilla el día de la Virgen del Rosario); también se celebraban allí otras fiestas en el día de Nuestra Señora de los Remedios, el 8 de septiembre (Img como también en Sevilla se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles).

Los ejercicios ecuestres se celebraban en la Plaza Nueva, y también el día de Nuestra Señora del Rosario se hacían carreras frente al convento de Santo Domingo. Tuvo esta Maestranza una obligación militar más señalada que las de sus congéneres, pues en la ordenanza tercera se mandaba que todos los maestrantes debían concurrir luego que se toque la alarma general al cuerpo de guardia principal de la plaza, con sus armas y caballos, a observar la orden que se les diera por el señor Capitán General que en tiempo fuere, cuyo instituto se ha de guardar invariablemente.

Enseguida se eligieron los distintos cargos de la mesa corporativa, integrada por nueve maestrantes: fue su primer hermano mayor el capitán don Lorenzo de Prado Carvajal, sargento mayor de la plaza; fiscal, el capitán don Lope de Hoces y Córdoba; y archivero, el capitán don Esteban de Berroa; y también integraron la primera mesa los capitanes don José de Bayona, don Miguel de Coca, don Mateo de Cárdenas, don Francisco González Carvajal y don Félix Chacón, y el mayorazgo don Martín Recio de Oquendo. Las elecciones para estos cargos se verificarían cada dos años, en la fiesta de la Inmaculada.

Real decreto de 26 de agosto de 1713

 

El cabildo municipal de La Habana aprobó por unanimidad la nueva corporación ecuestre en su sesión de 25 de noviembre de 1709, y más tarde, una vez fue enviado el expediente a la corte, el Rey lo hizo igualmente mediante real decreto de 26 de agosto de 1713, cuya noticia llegó a La Habana en 27 de octubre de 1714, y se festejó solemne y públicamente con una cabalgata de maestrantes muy lucida que atravesó el centro de la ciudad.

No se conservan noticias posteriores de la actividad de esta primitiva Real Maestranza, que no debió de tener una vida muy larga, concluida probablemente cuando fallecieron todos sus ilustres promotores, o pocos años después.

A principios del año de 1783, varios prohombres habaneros, entre los que se encontraban Gabriel Peñalver y José Eusebio de la Luz, se propusieron solicitar su restablecimiento(3). El proyecto lo puso en ejecución, ya en 1789, don Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, Conde de San Juan de Jaruco, capitán del Regimiento de Voluntarios de Infantería de La Habana y gentilhombre de cámara de S.M., que por escrito presentado entonces en Madrid(4), pedía al Rey que le permitiese restablecer en dos años la Maestranza bajo las reglas de 1713, y también que S.M. nombrase por Hermano Mayor de ella a la Persona Real que sea de su soverano agrado. Explicaba el Conde que la antigua Maestranza habanera formada en 1709 había decaído debido a que sus fundadores consideraron denigrante que su jefe fuese el capitán general de la isla, aunque esto ellos mismos lo habían solicitado, de lo qual se siguió una absoluta inacción y quedar sepultado tan útil establecimiento (bien lo sabría Jaruco, como nieto de don Mateo de Cárdenas, uno de los fundadores de la Real Maestranza).

Un primer informe redactado por el Consejo de Guerra en noviembre de 1789 fue favorable a esta pretensión condal, pero, considerando que en La Habana las cosas habían cambiado desde 1713, pues ya se habían formado varios cuerpos de Milicias después de la recuperación de la ciudad en 1762, y que por eso

es natural que la concesión de una Maestranza en vez de utilidades cause daños, porque todas las Ciudades populosas de América pretenderán la misma distinción, y con ella se retraherán los Nobles de servir en los Cuerpos militares, atrahidos del mayor oropel que inspira la pompa de sus funciones y lo magnífico de sus vestidos, cosas que no logran en dichas Milicias, pues tienen mayor trabajo, más sacrificios que hacer a la obediencia y menos brillo en la sencillez de los exercicios militares.. y que, además,

Img sería una cosa monstruosa y que acarrearía infinitos perjuicios al Real Servicio permitir en una Plaza de Armas de tanta consideración un Cuerpo Militar independiente del Capitán General

por lo que se aconsejaba a S.M. que, aunque se dignase acceder a lo solicitado y nombrase a uno de los Infantes por hermano mayor,

sea precisamente vajo dos condiciones. La primera: que devan estar sugetos al Capitán General como Theniente de S.A.R.; y la segunda que ninguno pueda ser Maestrante sin servir en alguno de los Cuerpos Militares.

Consecuentemente, el secretario de estado de Guerra ordenó al recién nombrado gobernador de la isla, general don Luis de las Casas, que en cuanto desembarcase en La Habana comunicase al conde de San Juan de Jaruco y demás próceres interesados, que S.M. el Rey había aceptado el restablecimiento de la Maestranza bajo ambas condiciones citadas, pero de la que no tenemos noticias de su contestación.

Cuando en 1793 se estableció en la capital de la isla don Dionisio Bertrand, un excelente picador a cuyo picadero comenzaron a asistir regularmente los jóvenes de la nobleza habanera, se reanimó entonces el proyecto. El Rey parece ser que les concedió en este año la gracia de tener como Hermano Mayor a una persona de la familia real, pero permaneciendo la obligación de que todos los futuros maestrantes deberían formar parte de algún cuerpo militar.

Sin embargo un buen número de interesados -el Marqués de Cárdenas de Montehermoso, don José de Armenteros Guzmán, el Conde de Casa Barreto, don Martín de Aróstegui, don José María Peñalver y Navarrete, don Gonzalo de Herrera, don Joaquín Garro, don Miguel José de Peñalver Calvo, don José Vicente Valdés, don Carlos Pedroso, don Juan Bautista de Galairrena, don Juan Bautista y don Andrés de Jáuregui, don Joaquín de Herrera, don Francisco José de Basave, y el Marqués de Casa Peñalver-, no se conformó con la segunda de las condiciones regias, ya que no formaban parte de ningún cuerpo militar. En octubre de 1793 dirigieron instancia al monarca, agradeciendo que por una Real Orden se le comunicase al Capitán General que S.M. hubiese accedido a que el Hermano Mayor fuese la persona de sangre real que el rey designase, pero le solicitaban que tampoco la segunda condición tuviera efecto. Así las cosas, en enero de 1794 el gobernador Las Casas hizo presente al Conde de Campo Alange, secretario de estado de Guerra,

Img que no haviendo yo residido sino de paso en las Ciudades en que hay Maestranzas, no me he hallado en oportunidad de observar sus ocupaciones, sus ventajas o sus vicios, y lejos de ellas no he tenido la curiosidad de instruirme especulativamente del objeto primordial de estos establecimientos, y de las ventajas y utilidades que de ellos resulta al Estado, que compensen la concesión fuero que creo gozan… e ignorando también el Ramo y Secretaría a que pertenecen, me ciño a dirigir a V.E. la Ynstancia, para la resolución de S.M.

A partir de este momento no encontramos ya documentación relativa a la Real Maestranza de Caballería de La Habana, por lo que no sabemos con seguridad si de nuevo pudo funcionar algunos años, o bien continuó en el estado de suspensión en que se hallaba con la anterioridad mencionada.

Ya en tiempos más cercanos, un grupo de Títulos y de próceres con raíces habaneras y cubanas, amén de españolas, en su mayor parte emigrados de la isla, con la ayuda de Dios, y manteniendo la advocación de su patrona celestial la Inmaculada Concepción, añadiendo además la de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, han asumido la restauración de la Real Maestranza de Caballería de La Habana, fundada en 1709, con el reinicio de sus actividades ecuestres y corporativas.